miércoles, 28 de noviembre de 2007

EDUARDO CONZÁLEZ Y LOS CABELLOS DEL CHE

Coincidiendo con la publicación de su libro Che Guevara. Vida, muerte y resurrección de un mito en Ediciones Nowtilus, Reginaldo Ustariz publica este artículo en el que denuncia el trato que recibió el cadáver del Che y del robo por parte de un agente de la CIA de unos cabellos del famoso guerrillero:

«Ernesto Che Guevara, desaparecido del escenario mundial desde el 15 de abril de 1965, llegó a Bolivia el 4 de noviembre de 1966, instalándose en Ñancahuazú, dispuesto para liderar la guerrilla revolucionaria, como ya hiciera en Cuba, para derrocar al gobierno de Barrientos Ortuño. Su presencia pasó desapercibida durante meses para las autoridades bolivianas, debido al propio deseo del Che de ocultar su llegada hasta que la guerrilla entrara en acción. Sólo el testimonio de dos guerrilleros, Vicente Rocabado y Pastor Barrera, en realidad agentes del gobierno infiltrados, que desertaron de la guerrilla y fueron capturados por el ejército, alertó el 14 de marzo de 1967 de la presencia del Che en Bolivia.

En aquel momento, Bolivia se encontraba bajo la presidencia de René Barrientos Ortuño, el cual había comenzado su carrera política en el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), liderado por el presidente Víctor Paz Estensoro. Con el apoyo del ejército y de la embajada estadounidense, consiguió ser nombrado vicepresidente el 6 de agosto de 1964, alcanzado la presidencia el 4 de noviembre del mismo año a través de un golpe de estado (apoyado por los mismos que le auparon a la vicepresidencia). Según varios autores, contó con el apoyo de los EEUU, como indica, por ejemplo Gregorio Selser, que escribe:

Es evidente que los norteamericanos impusieron a Barrientos. No lo hicieron mediante úkase ni golpeando la mesa: fue un proceso largo que empezó como las escuelitas de Acción Andina consentido por el MNR y más o menos dirigido desde Panamá. Pero fue eficaz porque hizo del presidente un Boina Verde y de un Boina Verde un Presidente (Gregorio Selser. La CIA en Bolivia, 13)

Al estallar la guerrilla del Che el 23 de marzo de 1967, lo primero que hizo Barrientos Ortuño fue entrar en contacto con la embajadada nortamericana para pedir ayuda para poder hacer frente a la guerrilla revolucionaria que amenazaba a su gobierno, concretamente con el agregado militar, el coronel Edward Fox (con quién mantenía relación desde que en la década de 1940 asistiera a un curso de adiestramiento de pilotaje que impartía Fox), que le promete el envío de agentes especializados en Servicio de Inteligencia.

Así, en los primeros días de abril llegan a La Paz un total de 19 agentes de la CIA, dos de los cuales destacarán sobre el resto en las actuaciones contra la guerrilla. Se trata de Gustavo Villoldo Sampera, que llega a Bolivia con pasaporte a nombre de Eduardo González; y Félix Ismael Fernando José Rodríguez Mendigutia, bajo el nombre de Félix Ramos. La importancia de la ayuda americana se refleja en la recepción que el propio presidente Barrientos brinda a los agentes, a los cuales se les entregó un documento que los identificaba como capitanes de las Fuerzas Armadas Bolivianas, además de unas cartas firmadas por el propio presidente, en las que se requería a “Quién corresponda” prestar toda la ayuda que solicitaran a los “Capitanes del Ejército Boliviano”.

Desde el primer momento estos agentes de la CIA van a jugar un papel importante en la lucha contra la guerrilla. Destaca sobre todo Villoldo Sampera, el cual actúa bajo distintos nombres, bien como Eduardo González, bien como el doctor González, tomando un papel destacado tanto en los interrogatorios como en las torturas de los detenidos (Adys Cupull y Froilan Gonzales. La CIA contra el Che, 180). Tanto es así, que son destituidos los propios agentes bolivianos que habían estado dirigiendo hasta el momento estas operaciones en Camiri, entre los cuales destacaba Klaus Altman, cuyo verdadero nombre era Klaus Barbie, el ex-jefe de la Gestapo en Lyon, Oberstrumfuhrer SS, el Carrnicero de Lyon, “quien además de tener la ciudadanía boliviana, tenía el grado de Coronel de las Fuerzas Armadas” (Gustavo A. Sanchez Salazar y Elizabeth Reimann. Klaus Barbie en Bolivia, 2).

Por su papel relevante dentro de esta historia, resulta conveniente decir algo más sobre estos dos agentes de la CIA norteamericana. Gustavo Villoldo Sampera nació el 21 de enero de 1936 en La Habana (Cuba). Durante la dictadura de Fulgencio Batista fue un eficiente colaborador de la policia batistiana, actuando con carné de capitán honorario. Al triunfar Fidel Castro se producen denuncias en su contra y, para evitar un juicio, huye a Miami, donde el año 1960 es reclutado por la CIA en Fort Bening, Georgia. Allí es entrenado en todo tipo de acciones de inteligencia junto a Luis Posada Carriles, uno de los mayores terroristas del siglo pasado, autor intelectual de la caída de un avión de Cubana de Aviación con 76 personas a bordo el año 1973, durante un tiempo preso en Panamá y que actualmente se encunetra en libertad en Miami. En este fuerte conocerá también a Rodríguez Mendicutia, con quien actuaría en 1961 en los servicios de sabotaje en territorio cubano preparando la invasión de Bahía de Cochinos. Tras la derrota estadounidense, González y Mendicutia son perseguidos. El primero consigue asilo en la Embajada de Venezuela, mientras el segundo burla a sus perseguidores y huye en barco a Miami.

Uno de los primeros detenidos interrogado por estos agentes recién llegados fue el guerrillero boliviano Jorge Vázquez Viaña, que actuaba bajo el seudónimo de “Loro”, hecho prisionero por el Ejército boliviano el 26 de abril de 1967. A pesar de ser sometido a duras torturas, durante lo interrogatorios no dio ninguna información sobre la guerrilla y negó la presencia del Che en Ñancahuazú. No sólo eso, sino que además Loro mantuvo su perfil guerrillero durante estos interrogatorios, enfrentándose e insultando a sus guardias, como aseguran el entonces capitán Gary Prado Salmón o el corresponsal de guerra de El Diario de La Paz: “En un momento de indignación Vázquez escupió a un alto funcionario, que pretendía ser paternal y trataba de inducirlo a cometer una indiscreción.”

Ante la imposibilidad de obtener cualquier testimonio útil de Loro, Barrientos ordenó su ejecución. Sin embargo, Eduardo González consigue que le den unos días, antes de que se cumpla esa orden, para interrogar a Loro. González organiza entonces una farsa para lograr la confesión del guerrillero: se produce una supuesta manifestación en favor de Loro, llegando la guerrilla frente a su prisión, a la vez que el propio González se hace pasar por periodista panameño enviado por Fidel Castro, y el guerrillero, convencido, acaba contando todo lo que sabe, entre otras cosas que el Che está en Ñancahuazú.

El testimonio definitivo de la presencia del Che lo proporcionó Regis Debray, filósofo francés, que estuvo junto al guerrillero argentino en Ñancahuazú en 1967, recibiendo instrucciones específicas cuando marchó de no revelar la presencia del Che en Bolivia. Poco después de salir del campamento de la guerrilla, fue hecho prisionero por el ejército boliviano, el 20 de abril concretamente. Los agentes de la CIA estaban muy interesados en su testimonio, por la posibilidad de conseguir pruebas de la presencia del Che en el país, ya que las evidencias hasta el momento eran bastante endebles. Sin embargo, Debray mantuvo el silencio que le habían encomendado, afirmando constantemente que “yo no hablé con el Che, no lo conozco” (Luis J. González y Gustavo A. Sanchez Salazar, The Great Rebel, 146).

Durante doce días, Debray mantuvo su postura, negando cualquier conocimineto del paradero del Che. Finalmente, cede ante los continuos interrogatorios y admite que el Che se encuentra en Ñancahuazú, lo que es comunicado a La Paz en un radiograma, en el que se apunta: “Francés (Debray) confesó evidencia encontrarse Che Guevara zona Ñancahuazú. Mismo dirige acción junto a Inti”.

Durante los enfrentamientos que siguieron entre el ejército boliviano y la guerrilla liderada por el Che, éste acabó muriendo. Su cadáver fue trasladado al Aeropuerto de Vallegrande, desde donde fue llevado al Hospital Nuestro Señor de Malta. Gracias a mi acreditación como corresponsal del periódico cochabambino Prensa Libre, pude acceder al interior del hospital y tomar numerosas instantáneas del cadáver del Che. No pude, sin embargo, realizar mi trabajo con entera libertad, ya que alrededor de las 17:30 un militar con uniforme de campaña se aproximó hasta donde estaba y, de forma agresiva, quiso arrebatarme mi cámara fotográfica. Apreté con fuerza su muñeca, la hice a un lado y le dije a voz alta para que los otros periodistas y fotógrafos que estaban cerca escuchasen:

─¿Por qué quiere usted arrebatarme la cámara?
─ Porque usted está fotografiando a un hombre desnudo.
─El Che no está desnudo, tan sólo le han quitadio la guerrera y la camisa, lleva sus pantalones puestos. Y si fuera cierto lo que usted dice, la ética profesional, de periodista y de médico, no me permitirían violar el respeto que debe guardarse por un cadáver. Y no soy el único que lo está fotografiando, estos señores –señalando al resto de los fotógrafos, que ya se estaban acercando a donde estábamos nosotros– también lo están haciendo.

En cuestión de segundos los otros periodistas y fotógrafos ya estaban a nuestro lado, presenciando la lucha frenética entre el oficial y yo, con lo que éste no tuvo otro remedio que darnos las espaldas y retirarse. Durante años, no hallé no encontré una explicación plausible para la actitud de dicho oficial, pues, como ya he comentado, yo no era el único en sacar fotografías. Pero en 1992 llegó a mis manos el libro La CIA contra el Che de Addys Cupull y Froilan González. Grande fue mi sorpresa cuando leí:

"Este sujeto (González) participa en los interrogatorios y torturas de los detenidos. Se ha jactado de haber pateado y abofeteado al Che."

Al leer este párrafo, de inmediato exhumé mis fotografías, hice una revisión de las 132 imágenes que tomé en los dos días, y observé que el hombre que quiso arrebatarme mi cámara con la intención de velar mis negativos, se habia dado cuenta de que yo, a pocos metros de él, lo había cazado dándole el valiente y corajudo puntapié al cadáver del Che. Fue entonces cuando reconocí a Eduardo González como el oficial que trató de quitarme la cámara.

Al día siguiente, sin embargo, no contaba todavía con esta información y seguía desconociendo la identidad del oficial cuando me dirigí de nuevo al hospital de nuevo a primera hora de la mañana. En él había ya cientos de personas en el portón principal, queriendo entrar a ver el cadáver del Che. Ahí permanecí todo el día junto al cadáver del Che, sólo me moví para ir al aeropuerto cerca del mediodía, cuando llegó un avión con 40 periodistas de todo el mundo. Debían ser las ocho de la mañana cuando ví a un oficial del Ejército boliviano, con el grado de capitán, vestido con una corbata negra, sacar una tijera de su bolsillo y cortarle un mechón de los cabellos del Che. Unos minutos después, dicho oficial se fue, momento en el cual me aproximé a menos de dos metros y tomé fotografías del Che. Se trataba nuevamente de Eduardo González, al que no reconocí debido a que llevaba el uniforme de gala del Ejército boliviano.

A diferencia de González, Félix Ramos permaneció en un plano más discreto. Se fue a los Estados Unidos al día siguiente de haber transportado personalmente el cadáver del Che junto al piloto del helicóptero, el Mayor Jaime Niño de Guzmán, llevando las fotografías del diario que tomó en la mañana del día lunes 9 en la “Casa del Telegrafista”, en La Higuera. De todos los documentos que el capitán Gary Prado Salmón sacó del morral del Che, el depositario y encargado de llevarlo a La Paz fue Julio Gabriel García, agente de la CIA en Vallegrande.

Si bien durante años esta historia y sus protagonistas quedaron en el olvido, volvió a hacer su aparición en la década de 1970. Entonces, poco después de la ejecución de embajador boliviano en Francia, Joaquín Zenteno Anaya, por antiguos guerrilleros, Eduardo González contó, en una rueda de agentes (entre los cuales se hallaba un “agente doble” de Fidel Castro), que habia abofeteado al Che en sus últimos momentos. Entonces, el agente doble le dijo a González: “Los próximos seréis tú y Félix Ramos”. Descubierta su implicación en la ejecución del Che, y bajo amenaza de muerte, el gobierno norteamericano les proporcionó un coche blindado y protección especial.

Sin embargo, ¿qué ocurrió con los cabellos del Che que cortó Eduardo González? La respuesta parece estar en el cable que la agencia de noticias AP envío a todo el mundo el pasado 27 de octubre:

"El librero texano Bill Buttler, 61, desembolsó ayer US$ 119.5 mil en un remate para convertirse en el feliz propietario de una mecha de 8 cm. del cabello del guerrillero argentino Ernesto Che Guevara. Además de los hilos de sus cabellos quemados (…) impresiones digitales, mensajes de la guerrilla y mapas del Ejército boliviano hacían parte del paquete rematado por Heritage Auction Galleries."
Che Guevara. Vida, muerte y resurrección de un mito, de Reginaldo Ustariz, Ediciones Nowtilus, 19,95€.

lunes, 19 de noviembre de 2007

PRESENTACIONES DE EDICIONES NOWTILUS


En el mundo del libro no se puede permanecer quieto. Hay que moverse, moverse y seguir moviéndose, de lo contrario te caes. Siguiendo esa idea, Ediciones Nowtilus ha presentado estos días dos libros , para acercarnos a nuestros lectores y que éstos puedan conocer a la persona que se esconde detrás del nombre. Así, los lectores han podido escuchar a Carlos Andrade hablar, emocionado, de su primer libro después de haberse emocionado ellos mismos con las historias de Orestes Lagoa y Bruno Broa.
Fue en la sala de Ámbito Cultutal, el martes 13 de noviembre. Rodeado de padrinos como Ramón Pernas y Edmundo Paz Soldán, además del apoyo del editor de Nowtilus, Santos Rodríguez, Carlos confesó que estaba viviendo un sueño: la publicación de su primer libro, un sueño buscado durante mucho tiempo, que le ha costado más de lo que podríamos imaginar, largas noches en vela y paseos por los alrededores de su casa, mientras daba vueltas a los personajes, al narrador, a las situaciones...

Aquel diluvio de otoño ha sido el resultado de todo ese esfuerzo, una obra evocadora y personal, que el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán considera como "un claro retrato del realismo hispánico de los años 60. Recrea una atmósfera difícil de encontrar en la narrativa actual."

A caballo entre la Galicia profunda y Nueva York, entre la taberna de un pueblo y el Madison Square Garden, se cruzan las historias del pequeño Orestes Lagoa y el boxeador Bruno Broa, reflejo las dos del duro combate que puede ser la vida y de las dificultades que hay que enfrentar.




En la Feria del Libro de Cartagena presentamos unos pocos días antes, el domingo 11 de noviembre, La cocina del Cid. Una nueva ocasión para disfrutar tanto con la gastronomía como con los libros, para conocer mejor una época apasionantes desde una óptica insólita. Miguel Ángel Almodóvar desgranó los secretos de la comida con la que los guerreros medievales cogían fuerzas antes y después de la batalla, el simbolismo de la carne (a la que se le atribuían cualidades especiales) y otros aspectos desconocidos.

La importancia de la alimentación en los lejanos siglos medievales se nos aparece en estas páginas. La comida no era un placer como pueda ser hoy en día, sino una cuestión de auténtica supervivencia en una sociedad continuamente amenazada por el hambre. Las recetas que se presentan en el libro nos ofrecen la posibilidad de estudiar la sociedad medieval, puesto que la comida se convirtió en un elemento de distinción social. A través de sus grandes banquetes, realizados para celebrar grandes acontecimientos, los estamentos señoriales mostraban su poder y su preeminencia social; la caza se convirtió en el ejercicio favorito de la nobleza, para lo cual se reservaba los bosques para ella sola (la pena por cazar en ellos llegaba hasta la muerte)… Mientras, la mayoría de la población apenas podía degustar más de una comida al día, basada en vegetales y, sobre todo, pan.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

EL PRIMER LIBRO DE UN ESCRITOR


«Me ha costado, no lo negaré» reconoce Suso Castro una vez publicada su novela, En palacio nos encontraremos, una narración sobre viajes en el tiempo, relaciones humanas y los vaivenes de la vida. Si ya de por sí es costoso concluir un libro, mucho más cuando se trata, como en este caso, del primero del autor. Muchas horas y mucho esfuerzo le dedicó Suso a su ópera prima, hasta que por fin la concluyó. Un trabajo que, recuerda, ha tenido sus altibajos:

«Recuerdo que escribí las primeras páginas con mucha ilusión, pero llegó un momento en el que me frené. La inspiración se había agotado de repente y perdí las ganas de continuar, así que terminé abandonando aquellas primeras hojas manuscritas en el fondo de un cajón. Afortunadamente, un tiempo después las recuperé con la intención de proseguir la narración. Repasando lo que ya había escrito me pareció horroroso, como escrito por un niño de Primaria. Pero no me desanimé, sino que, al contrario, rehice lo escrito y avancé un poco más, seguro de que mi estilo literario había mejorado considerablemente y de que ya nada me detendría.

Estaba totalmente equivocado, pues ese mismo proceso se repitió a lo largo de los años varias veces: abandonos, reescrituras y pequeños pasos hacia adelante. Cuando ya vi cerca el último capítulo todo me pareció más fácil, gracias a la experiencia acumulada tecleaba las palabras con mayor fluidez.»

Tuvo que vencer diferentes retos, como «el poco tiempo libre del que disponía» o el hecho de que «no soy un escritor». Se considera a sí mismo «un intruso en el mundo de la literatura», «que un día tuvo un sueño» y se dispuso a hacerlo realidad, costara lo que costara. «Me rebelé ante la posibilidad de que se quedara sólo en eso y puse todo mi empeño en darle forma a la idea que había tenido: escribir la historia de un individuo al que se le ocurre enviar una carta a todos sus descendientes, con la esperanza de que alguno de ellos viva en una época en la que sea posible viajar en el tiempo y acuda a visitarle.»

Así, Suso consiguió superar los problemas a los que se enfrentan muchos aspirantes a escritor, « gente que en algún momento de su vida ha expresado, con mayor o menor convicción, el deseo de escribir un libro. No es extraño que en algunas personas surja el deseo de contar historias basadas en sus propias experiencias o en las de los demás, o que, de repente, tengan una idea brillante alrededor de la cual consideren interesante tejer una novela. Pero lamentablemente, como la mayoría de esas personas no son escritoras o, aunque pudieran llegar a tener la capacidad de serlo, no disponen de tiempo suficiente para escribir, sus sueños jamás llegan a materializarse. Y el resto de sus semejantes nos vemos privados de la posibilidad de disfrutar de unos relatos que seguramente hubieran sido maravillosos.»
Sin embargo, en el caso de Suso Castro al final triunfó la voluntad de escribir un libro. «Decidí que poco importaba los años que tardara, que lo único que debía preocuparme era finalizar mi novela algún día.» Un sueño que por fin se ha cumplido.